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viernes, 2 de septiembre de 2011

La creación del dinero y la economía especulativa

La creación del dinero y la economía especulativa

Si  hoy se celebrara un debate sobre el Estado del Mundo, debería abrir así: “a día de hoy el 20% de la población mundial supervive con el 85% de los recursos del planeta, mientras el otro 80% de la población mundial sobrevive con el  15% de estos recursos.”

Y ahora la pregunta que se debería hacer es la siguiente: ¿Qué ha hecho tan rica a esa pequeña parte de la población mundial para poder consumir tal cantidad ingente de recursos de nuestro planeta?  La respuesta a esa pregunta tiene fácil respuesta: “la avaricia, el egoísmo y la ignorancia colectiva”.

Avaricia y egoísmo que unos pocos con mucho dinero y poder han puesto en práctica sin el menor de los escrúpulos, a lomos de teorías económicas como las del señor Milton Friedman.

Ignorancia del resto que se ha sumido en el agujero negro de la competitividad y el consumismo, auspiciado por una educación pública que ha propiciado un pensamiento que desplaza al ser humano del centro interés, aupando al dinero como nuevo mesías.

¿Y de dónde ha salido tanto dinero para poder consumir tanto? Para contestar a esa pregunta, primero habría que hacerse esta otra ¿Cómo se crea el dinero? A simple vista la pregunta parece tener fácil respuesta. Todos diríamos que lo crean los Estados que son los que tienen la competencia de la política monetaria. Esa sería la respuesta coherente, pero no es así.

Casi la gran parte del dinero que existe a día de hoy lo han creado los bancos privados y lo han hecho mediante estos tres mecanismos:

·         La refractación del dinero.
·         Los intereses.
·         La titulización de los créditos.

Con estas tres herramientas han conseguido que más del 90% del dinero existente haya sido creado por estos bancos privados, dinero el cual no tiene ningún tipo de respaldo, al margen del que le brinda la famosa “confianza de los mercados”.

Desgranemos uno a uno estos mecanismos:

La refractación del dinero
Imaginemos que creamos un banco. Al margen del capital inicial de constitución, que obviaremos para el ejemplo, un banco cuenta como capital el dinero que deposita el primer cliente. Nos llega un primer cliente y nos deposita 1000€, con lo que nuestro banco ya contaría con esa cantidad de capital. El siguiente cliente que llega a nuestro banco no tiene intención de hacer un depósito, sino pedir un préstamo. Le decimos amablemente que nuestro banco cuenta con un depósito disponible de 1000€, del que sólo le podremos prestar 900€ ya que de ese depósito debemos hacer una reserva del 10% que nos obliga la ley. Conforme el cliente con la cantidad, le concedemos el préstamo de 900€. Acto seguido le abrimos un asiento contable y le ingresamos dicha cantidad que consumirá con posterioridad mediante tarjeta de crédito o por transferencia bancaria, pero el dinero en metálico no lo verá (el 90% de los créditos son hipotecarios y se realizan por transferencia). Al día siguiente entra a nuestro banco otro cliente con la intención de pedir otro préstamo, al que también amablemente le decimos que nuestro banco tiene disponible un depósito de 900€, ya que el de 1000€ inicial ya se ha dispuesto, del cual sólo le podremos prestar 810€ ya que de ese depósito debemos hacer una reserva del 10% que nos obliga la ley. Conforme el cliente con la cantidad, le concedemos el préstamo de 810€. Acto seguido le abrimos un asiento contable y le ingresamos dicha cantidad que consumirá con posterioridad mediante tarjeta de crédito o por transferencia bancaria, pero el dinero en metálico tampoco lo verá. Esta operación se podría realizar hasta diez veces y conseguiríamos prestar con 1000€ la cantidad de 9000€. Es decir, hemos creado 9000€ de la nada, y nuestro banco contaría ahora con un capital de 10.000€.

Los intereses
Partiendo de los 9000€ de capital que tenemos en créditos, ya que casi su totalidad son hipotecarios, podemos decir que de los 9000€ que hemos prestado vamos a recibir un total de 18.000€, puesto que nuestros préstamos hipotecarios nos dan un estupendo beneficio de prácticamente un 100% al final de su amortización. Es decir, hemos vuelto a crear otros 9000€ a partir de los intereses del préstamo, con lo que ya contamos un capital de 18.000€ que han surgido del maravilloso viento.

La titulización de los créditos.
Un día concreto, entramos en la caja de seguridad de nuestro banco a dar una vuelta y nos encontramos con una cantidad enorme de títulos de créditos y, de repente, se nos ocurre que en vez de estar ahí parados cogiendo polvo, pues nos podrían servir para seguir ganando aún más. Como la gran mayoría de estos títulos de crédito son hipotecarios, es decir están respaldados por una vivienda, creamos un fondo de inversión propio en el que, metidos en paquetitos, vamos a ir colocando nuestro títulos hipotecarios para que pujen al mejor postor en el mercado de valores. Como la agencia de calificación de estos títulos hipotecarios es también mía o de algún buen amigo, pues me califican los paquetitos con triple A. Así, al cabo de poco tiempo el valor de mis paquetitos de hipotecas, que tenía un valor de 18.000€, de repente, y por la gran confianza del mercado en mis paquetitos (además de gracias a mi amigo de la agencia de calificación), pasa a tener un valor de 36.000€. Es decir, hemos creado nuevamente 18.000€ más de la nada, con lo que finalmente tenemos que con 1000€ en metálico que deposito el primer cliente, hemos creado 36.000€ más que ahora tenemos en metálico, y que de nuevo volverán a pasar por los procesos de la refractación del dinero, de los intereses y de la titulización de los nuevos créditos.

La materia prima de la industria financiera es el dinero y si este falta no hay negocio, por lo que la maquinaria de este proceso cíclico de creación de dinero no puede parar. Como ya expreso el barón M.A. Rothschild en su célebre frase: “sólo denme el control sobre la moneda circulante de las naciones, y no importará quién escriba las leyes”. Este control privado sobre la creación del dinero nos ha llevado al siguiente escenario: en el mundo, a día de hoy, existe un PIB mundial de unos 45 billones de dólares, medida económica que sirve de referente para la creación de dinero y para respaldo del mismo (después de que se abandonara el respaldo del valor oro en 1971). Aun así, el dinero existente en circulación en el mundo asciende a la friolera cantidad de 5.425 billones de dólares. En consecuencia, ante una quiebra total del sistema económico, 5.380 billones de dólares quedarían al descubierto y sin respaldo alguno.

Más de la mitad de todo ese dinero se encuentra inmerso en la llamada economía especulativa, es decir, en los mercados financieros y el resto en la economía productiva de los mercados de bienes y servicios. Y, ¿qué diferencia existe entre ambos mercados? Mientras que en el mercado de bienes y servicios el dinero se emplea para producir bienes que satisfacen necesidades de la sociedad (casas, coches, alimentos, ropa, etc), en el mercado financiero el dinero simplemente genera dinero sin producir nada, es decir, al dinero se le agrupa en sofisticados paquetitos, a los cuales se les ponen nombres super fashion, y se les introduce en el horno del mercado de valores para de repente subir como si de un bizcocho se tratara, sin satisfacer ningún tipo de necesidad en el proceso que no sea la mera codicia de sus titulares.

Y ahora la pregunta que seguramente se estará haciendo es: ¿Cuál es el techo de creación de dinero de ese ciclo (refractación-intereses-titulización-refractación-intereses……)? La consecuencia de ese proceso cíclico es que se crean burbujas económicas que acaban explotando con el consiguiente parón momentáneo del proceso hasta que los Estados vuelven a inyectar dinero público, para rápidamente refugiarse en la especulación de cualquier otro bien susceptible de ser especulado y vuelta a empezar. El mejor ejemplo de ello es la nueva burbuja especulativa que se está tejiendo con la compra de Deuda Pública por parte de los mercados financieros y que se está agravando día a día ya que los Estados europeos ya no pueden financiarse directamente a través de sus Bancos Centrales, ni del BCE, sino que los bancos privados son los que piden prestado al BCE al 1% de interés y a su vez los bancos privados les venden a los Estados hasta al 7% de interés, siendo todo ese margen beneficio que, sin mover un solo pelo, se llevan los bancos privados prestándole a los Estados su propio dinero. Por ello, el único modo de poner fin a estos ciclos perversos es que los gobernantes se conciencien que no pueden seguir patrocinando y rescatando a aquellos que lo único a lo que se dedican es a especular con el dinero.

A día de hoy, a pesar de que los bancos, gracias a la generosidad pública, han recobrado su liquidez, el crédito para el mercado productivo fluye a cuenta gotas y aquel que llega, arriba a las grandes empresas multinacionales, las cuales a su vez están empleando gran parte de este a invertirlo en el mercado financiero ya que les está reportando más dividendos gracias a la información privilegiada con la que cuentan, dejando por ello de serles tan atractivo invertir en la producción de bienes y servicios a la que se han dedicado siempre.

En conclusión, la economía especulativa de los mercados financieros no necesita a los consumidores ni a las empresas dedicadas a la producción de bienes y servicios. Sólo necesita que todos y cada uno de nosotros, de nuestras empresas y del dinero público de nuestros Estados apuesten en su gran casino de la bolsa. Así que, no pierdan tiempo y ¡hagan juego!, y si se animan, pues, como decía el anuncio de una antigua caja de ahorros: “hágase banquero”.

Miguel Ángel Escobedo Cortés
            

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